10 de julio de 2015

Bamia. Receta siria


Como ya os he contado en otras ocasiones soy una persona constituida por una larga cadena de genes recesivos en su totalidad. Sé que afirmaron que la teoría genética basada en los experimentos de los guisantes de Mendel estaba manipulada, pero soy un poco creacionista en cuanto al tema mendeliano guisantil y me lo creo (otros se creen que Jesús se fue en barco a EEUU y yo no digo nada). Vamos, es que estoy convencida de que soy un guisante amarillo arrugado. Voy de médico en prueba y tiro porque me toca. Alguna vez he ido de médico en quirófano y es menos agradable, así que cuando me tocan pruebas no me quejo porque en el fondo todo tiene su ventaja. 
Me han hecho todas las pruebas habidas y por haber pero me faltaba un clásico del cine en mi registro y padecer: la resonancia magnética cerebral. Antes de ir a la prueba, gente con la que hablé me comentó que era muy agobiante y una cosa de lo más insoportable. Supongo que me esperaba una experiencia medieval en una dama de hierro. Pero la verdad que ya sólo con que tengan el aire acondicionado puesto y la prueba sea a las 4 de la tarde el asunto resta dos mil puntos a "terror" y se los suma a "mejor aquí con la fresca que en casa con el dragón escupiendo fuego". 
Según entré, vino la técnico a explicarme lo que me iban a hacer y a que le firmara un consentimiento informado (que me encantan) por el contraste que me tenían que poner. Me comentó que no tenía por qué preocuparme que, en general, no sucedía nada pero que en ocasiones podía acarrear la muerte. (Todo esto en un zulillo de estos en los que dejas tu mundo exterior colgado en una percha y de repente, gracias al pijama verduzco, mutas en paciente hospitalario sin cosmovisión global). Como me lo dijo tan felizmente mi respuesta fue: "Bueno, si me muero tampoco tengo nada que perder." Y entonces a la mujer le dio un sobresalto y me contestó escandalizada: "¡No me digas eso!" . Que digo yo: ¿no estábamos jugando a ver quién es más exagerada en una conversación convencional? Por lo visto no, así que quedé como una tarada. Afortunadamente no llamó al psiquiatra porque le hubiera contado lo de los guisantes y seguro que me encierra (en una lata del Mercadona).
El caso es que la prueba no fue para tanto. Tumbada en un camastro y con aire acondicionado ¿qué más se puede pedir? Si no hubiera sido por el ruido y por el enfermero que vino a pincharme me hubiera echado una siesta estupenda de 40 minutos. Sólo me dieron ganas de apretar la pera por el instinto de apretar lo que tiene uno en la mano, como hacen los bebés. Por lo demás fue una pena tener que volver a los fogones de la calle.

Y a lo que iba que, como siempre, esto parece el consultorio de Elena Francis. Un día, una amiga apareció en el bar habitual con algo envuelto en un albal y me dijo: "para ti". Lo abrí y grité: "¡¡okra!!" (os dejo foto abajo). Por supuesto el otro contertulio que nos acompañaba reaccionó diciendo: "¿quée?" Había estado buscando okra por todas partes con cero resultados así que os podéis imaginar la ilusión que me hizo aquello. La okra, como bien explica mi amiga, es una mezcla entre un pimiento y aloe vera. Tiene un sabor suave y se utiliza en cocina de innumerables formas. Por ejemplo, en Marruecos hacen encurtido con ella y se la comen como si de aceitunas se tratara. Aunque lo más común es que aparezca en guisos como éste que os traigo. Existen tantas variaciones como países. Además del de Siria es típico el que cocinan en Arabia Saudí que, por cierto, está muy bueno también.  Este plato se suele acompañar de una guarnición de arroz con fideos y ya sí que triunfa uno como la cocacola. Así que, si tenéis oportunidad de cocinar okra, aprovechadla porque merece mucho la pena.



Para dos raciones

250 g de okra, bamya o del modo que queráis llamarlo
250 g de ragout de cordero (yo puse pavo, que no soy muy fan del cordero)
1 cebolla
1 tomate
4 dientes de ajo
un manojo de cilantro fresco
zumo de 1 limón
aceite de oliva
sal
pizca de pimienta
pizca de canela molida

En una sartén sofreímos el ajo a fuego medio. Una vez esté dorado añadimos el manojo de cilantro y el zumo de limón. Rehogamos hasta que el cilantro esté hecho. Reservamos. En una olla doramos la cebolla cortada en dados pequeños. Añadimos el tomate cortado y rehogamos junto con la cebolla. Echamos ahora la carne. Salpimentamos y ponemos una pizca de canela. Doramos. Echamos la okra y removemos unos minutos. Vertemos en la olla el ajo con el cilantro y el limón que teníamos reservado. Removemos de nuevo. Cubrimos con agua y cocemos hasta que el guiso esté hecho, unos 20-30 minutos. Servimos, si queremos, junto con la guarnición. ¡A disfrutarlo!

Magdalenas de cereza y chocolate


Todavía recuerdo cuando encendía el horno después de las ocho de la mañana y el mejor sitio para pasar el día era la cocina con su calorcito reconfortante. Ahora si paso por delante de la puerta de la cocina cruzo los dos índices mientras digo vade retro Satana. Pero aún así reconozco que no puedo evitarlo, por mucho que me dijeran que con la comida no se juega nunca hice demasiado caso y, la verdad, me entretengo más cocinando que jugando al Pictionary (aunque esto último depende del que dibuje en la prueba de pintar).
Lo que me sorprende es que con los pezuños que tengo en lugar de manos algunas cosas me salgan más o menos decentes. Y no hablo por hablar. Me das unos folios de colores y me dices que haga una composición y como mucho los corto para hacer moldes de magdalenas cuadradas. Pero tengo unas amigas que llegaron las primeras al reparto de habilidades manuales.

Estas magdalenas aparecieron por arte de gula una mañana en la que una de ellas, Nuria, de Nuriadas, ¡por fin!, decidió ir a vender sus scrapcositas a una feria de artesanía. Hice una bandeja de ellas y se las llevé a su puesto para darle todo el ánimo del mundo. Se merecía esto y más por echarle narices al asunto y confiar en ella misma (que de esto andamos escasos). Estaban muy buenas y yo por si acaso repetí receta.


Para 12 magdalenas

180 g de harina leudante
1 cucharada sopera de levadura
1 huevo L
60 g de azúcar de abedul (o normal o equivalente en edulcorante)
60 ml de aceite vegetal
100 ml leche
1 y 1/2 cucharadas soperas de cacao desgrasado en polvo (podéis echar más si sois chocolateros)
un chorro generoso (o dos) de kirsch (licor de cereza)
12 cerezas cortadas a la mitad deshuesadas
fideos de chocolate para decorar


En el vaso de la batidora echamos el huevo con el azúcar y batimos hasta que espume. Agregamos ahora la leche (con el cacao disuelto en ella), el aceite y el licor. Batimos de nuevo. Poco a poco vamos incluyendo (en tres tandas) la harina con la levadura tamizada hasta que nos quede una mezcla homogénea. Si tenemos tiempo dejamos la masa reposar en la nevera un par de horas. De este modo nos quedarán más esponjosas. Vertemos la mezcla en los moldes, colocamos media cereza en el centro y espolvoreamos los fideos de chocolate. Introducimos 30 minutos en el horno precalentado a 180º. Sacamos, dejamos enfriar y ¡a disfrutar!

3 de julio de 2015

Tarta Bourdaloue de albaricoques (Sinatra's style: My way)


No sé que ha pasado con esta semana, ¡de repente es viernes!. Será el verano, que me tiene atontada. Entre los mareos y las bajadas de tensión me paso el día haciendo la croqueta por casa (con mi rebozado y todo). Este año el reencuentro con el ventilador ha sido de esos de película, a cámara lenta con los brazos abiertos mientras avanzaba hacia el trastero. Sé que estáis aburridos de leerlo pero, ¡qué calor!. Como dice el Eclesiastés: Nihil novu sub sole. Bajo el sol y la Sole: ¡mucho calor! (como la pille la meto con el mechero, por lista).
Además de la calufa que nos asedia también sé que es verano por una razón: las marirulos que bajan después de cenar a la plaza con sus sillas de camping a darle a la sinhueso hasta las dos de la mañana. Y esto me lleva a hablar de una de las clasificaciones de personas que mantengo basándome en el criterio de la honestidad. Hay dos tipos de personas: las que impostan y las que no. Estas marirulos de las que os hablo padecen el síndrome de excusatio non petita, accusatio manifesta. Lo explico: es común que según van llegando a su cónclave nocturno se escuche: "¡Qué calor niña! No se puede parar en casa". Y todas se van dando la razón hasta que cambian de tema (como la plaza no tiene mucho mobiliario urbano el sonido rebota en los edificios y se oye todo lo que hablan, no es que tenga yo un pinganillo de escucha oculto en las baldosas). El tema es que, ¡tienen aire acondicionado en casa! Lo sé porque lo veo (Radio Patio informa). Que si quieres bajar a la calle a charlar no hace falta que te inventes una excusa falsa. Pero tienen un acuerdo no escrito en el que todas saben que tienen aire acondicionado en casa pero se permiten el lujo de fingir que no es así. Excepto una, que siempre dice: "Pues yo he bajado ya porque el aire acondicionado no me compensa padecer el aburrimiento de mi marido jubilado". Y así todas las noches. A veces me da la vena violenta y me entran ganas de tirarles mi ventilador y tres cactus mientras me llevo su aire acondicionado. Así por lo menos su excusa es real. Luego abro las ventanas y las puertas de las terrazas de casa, entra la brisilla y se me pasan los males. Que los refrescores nocturnos amansan las fieras. Los encantos del verano.

Una cosa que sí que me encanta es la tarta Bourdaloue. Desde que la probé se ha convertido en una de mis favoritas sin un ápice de duda. Alguna vez la he hecho aunque procuro que no sea muy a menudo porque si me hago con una cucharilla no comparto con nadie y luego la lorza me lo echa en cara. Esta tarta lleva una pâte sablée en la base, mantequilla en el relleno de crema de almendras y, lo más importante, se hace con peras. Así que esta variante que comparto no tiene mucho que ver con la original pero como me sirvió de inspiración aquí paz y después gloria (y lo bueno es que es más ligera). Que la tarta estaba bien rica y no hay que quitarle el mérito.


Para un molde de 20 cm

8 albaricoques cortados a la mitad (sin el hueso, obvio)
80 g de harina de almendra
20 g de harina blanca de trigo leudante
4 claras de huevo
80 g de azúcar o equivalente en edulcorante
1 yogur natural desnatado
1 cucharada de café de levadura química
1 chorrito de licor de naranja
almendra laminada para decorar


Batimos las claras de huevo con el azúcar o edulcorante. Agregamos el yogur y batimos hasta que quede una crema homogénea. Añadimos a la mezcla las harinas tamizadas junto con la levadura. Con una espátula integramos bien los ingredientes. Añadimos entonces el licor de naranja. Engrasamos un molde (o forramos de papel sulfurizado) y precalentamos el horno a 170º. Vertemos la mezcla en el molde. Colocamos las mitades de albaricoque donde nos plazca y esparcimos la almendra laminada. Introducimos en el horno unos 40 minutos hasta que esté dorada (comprobad con un palillo que la masa está hecha). Sacamos y dejamos enfriar antes de no poder evitar comérnosla entera.


Yogur de soja (sin lactosa)


Los aparatos electrónicos, esos cacharros del mal. Mi relación con los avances electrotécnicos de la humanidad se mantiene en una tensión de amor-odio y os prometo que no es mi culpa. Recuerdo que cuando era una jovenzuela vivaracha cada vez que se me estropeaba algo (léase el walkman, el discman o similares) mis cabreos eran monumentales. No comprendía cómo era posible que algo que mantenía como oro en paño se estropeara. También recuerdo a mi hermana reírse de mí en estas situaciones y, la verdad, no era para menos. De repente mutaba en un orco de Mordor y me salía una furia incontrolable que iba desapareciendo según iba asumiendo que, efectivamente, el cacharro había desaparecido para siempre de mi vida.
A lo largo del tiempo se me han estropeado más cosas de las que se han mantenido y comprendí que esto era así gracias a la obsolescencia programada de la industria. Ahora, cada vez que algo deja de prestarme servicio, ya casi no me enfado (casi, porque el minitroll interno que porto intenta despertar a la bestia que llevo dentro). Pero he aprendido a resignarme, palabrita de niño Jesús. El microondas lleva cuatro meses sin funcionar (tiene luz, el plato da vueltas si lo enciendes pero no calienta; muy útil) y ayer el aspirador dijo goodbye my lover. Podría llevar los cacharros a arreglar pero cuando lo pienso me entran los cuarenta males y me dan ganas de montar una pira en la plaza del pueblo al estilo Inquisición (con túnica de capucha puesta y todo) alimentada por los listos que pensaron que las cosas tenían que romperse para poder vender más. Y es que siempre he sido de las que ha pensado: "compra como un rico, cuida como un pobre". Pero, visto lo visto, lo mismo da que da lo mismo.

Afortunadamente la yogurtera se mantiene con vida (de momento, cruzo los dedos) y puedo seguir haciendo experimentos. Ya sé que los yogures, para poder llamarse así, tienen que estar hechos de leche y llamar leche a las bebidas vegetales es darle ubres a la soja o a la avena. Una tontería, vamos. Pero por llamarlo de alguna manera acepto pulpo como animal de compañía. Me encanta el sabor de los yogures de soja y la verdad que los como a menudo. Pero, como todo, los hechos en casa están más buenos. Os dejo por aquí los ingredientes del conjuro que yo voy a echarme algo en la pierna porque me acaba de masacrar un mosquito.



Para 7 yogures

1 litro de leche de soja 
1 yogur natural de soja (o dos yogures si no ponemos ni leche en polvo ni agar agar)
2 ó 3 cucharadas soperas de leche de soja en polvo o 1 cucharada de postre de agar agar
50 g de azúcar o equivalente en edulcorante (yo a los de soja no les pongo)



Echamos todos los ingredientes en el vaso de la batidora y mezclamos. Vertemos en los vasos de la yogurtera y dejamos 10 horas. Retiramos a la nevera al menos 4 horas antes de consumir. ¡A disfrutarlos!
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