29 de mayo de 2015

Calabacines rellenos de crema de chirivía y mostaza


Siempre que llega la primavera me entra la vena jardinera. Durante el invierno a las plantas le pueden dar morcillas que me importan un pepino de Leganés. Normalmente si alguna subsiste hasta la primavera le hago un reconocimiento especial en forma de trasplante de maceta. Se lo ha merecido. Tengo un ficus robusta y una drácena marginata que aunque no les diga ni hola creo que sobrevivirían tres holocaustos nucleares. Ahí siguen, después de tres o cuatro años con sus inviernos, como si nada. Es posible que lleven el gen cucarachera dicharachera (estoy convencida de que hay personas que también lo tienen).
Las plantas de exterior son otro cuento (de terror psicológico). ¡Se me mueren hasta los cactus! Toda la gente que tiene crasas me dice: "Si eso crece ad infinitum sin ninguna atención". Pues a mí no. Y me indigno (de aquí a dos días comisión de plantas en el 15-M fundada por mí). Desde que sale Mister Lorenzo hasta que se mete está pegando a todo trapo en las terrazas. (Recuerdo que durante una época alquilaron el tercero a unas rumanas que se pasaban el día entero tomando el sol como los dioses las trajeron al mundo con sus respectivos admiradores jubilados, de cuellos tronchados de mirar hacia arriba, en la calle. Que una ya no podía ni asomarse a la terraza. Parecía eso el Show de Truman versión porner). 
Entre el solano y que tengo los ejemplares más estúpidos de la historia tener cuatro chuminadas en macetas es una tarea complicada. Y no hablo por hablar: ¿alguna vez habéis visto una lavanda que necesite riegos cada dos días y que no le dé mucho el sol? Yo la tengo. Sí, señores. Es mi sino. Plantas estúpidas. También tengo un tomillo limón con necesidades diarias de riego o una albahaca que pide mucho sol y poca agua. Creo que lo único con un comportamiento normalizado es una citronela. Así que cuando acaba el verano estoy agotada de los caprichos de los hierbajos de las narices. Pero es que es llegar la primavera y no puedo evitarlo, tengo que rodearme de verde. Al final me terminaré cansando (que me conozco) y el único verde que entrará en mi vida será el que compro y me como. 
Y hablando de verde que me como, esta receta. ¡Cómo me gusta rellenar verduras de otras verduras como si fueran muñecas rusas! Que en el fondo hace una un revoltijo en la olla y es lo mismo. Pero son esas pequeñas chorradas que me dan alegría. Estos calabacines los rellené de chirivía que me chirichifla y quedaron estupendos. Hoy parece el día de la mostaza (que no sé si existe, es muy posible que sí).

Para 1 ración

2 chirivías pequeñas
1 calabacín mediano
1 queso fresco desnatado (62,5 g)
1 cucharada sopera de mostaza antigua
sal
aceite de oliva
alcaparras

Cortamos el calabacín por la mitad y ponemos a hervir en agua con sal hasta que ablande. Sacamos la pulpa y reservamos. Cocemos las chirivías. Rehogamos ahora las chirivías cocidas con la pulpa del calabacín en aceite de oliva. Retiramos al vaso de la batidora y añadimos el queso fresco y la mostaza. Trituramos a nuestro gusto. Rellenamos con la crema el calabacín y decoramos con alcaparras. Servir. ¡Que aproveche!

Pan de semillas de mostaza


Si hay una cosa que me hace muy feliz es ver cómo la gente cercana se preocupa por su alimentación. Que ya se sabe que de lo que se come se cría y, sinceramente, más de uno y de una un día amanece con un bollicacao maravillao debajo del brazo y tres infartos de diabeticardio. No es que sea yo Lady Salud, ni mucho menos, pero por lo menos se hace el amago. ¡La intención es lo que cuenta! Aunque luego todos caigamos en la tentación de vez en cuando está más que justificado (¡Ea!). 
Y el pan es una de esas cosas que la mayoría de gente come (pese a su desprestigio noventero llegado de tierras yankis al que se le prestó, y aún hoy se presta, una inusitada atención. ¡Manda narices!, hacer caso a un país en el que la alimentación es un fucking disaster). Así que cuando alguien hace aterrizar en su casa una panificadora y me lo cuenta yo me convierto en el personaje principal de un musical de Broadway. No bailo ni nada, que no hay que perder los papeles, pero poco me falta. Puede ser porque el mundo panarra llegó a mi vida a través de la panificadora que me regaló el Notario. Me acuerdo que al abrir el paquete pensé: "¿y esto para qué gaitas lo quiero?". El casi autismo del Notario se ve compensado por una habilidad de vidente que ya quisiera Sandro Rey.

Uno de los procesos que me gusta llevar a cabo a la hora de hacer pan es la autolisis. Sobre todo con los panes de panificadora. La calidad del pan mejora infinitamente (la miga es más mullida y la corteza más crujiente), incluso con panes integrales. Si pincháis el link tendréis acceso a una muy mediocre pero resultona explicación del asunto.
Este pan, con sus semillas de mostaza y de un sabor muy suave, me encanta. Eso de dar un bocado y que de repente cruja una semilla (sin que le duela a uno la muela y el sombrero como pasa con muchos panes de semillas) es una maravilla. Al hacer pan ¡echadle de todo y probad! Raro es que salga mal.

Para un pan de 500 g

100 g de harina panadera
130 g de harina integral de trigo
140 ml de agua
25 g de mostaza en grano
115 g de masa fermentada
2/3 cucharilla de café de levadura seca
3/4 cucharilla de café de sal


Echamos los ingredientes en la cubeta de la panificadora (siempre tratando de que la sal no entre en contacto con la levadura). Seleccionamos el programa de pan francés. A la señal sonora introducir las semillas de mostaza. Una vez terminada la cocción, sacamos y dejamos enfriar en una rejilla.

27 de mayo de 2015

Pan dulce de chocolate y cereza (sin gluten)


Además del pan de trigo sarraceno sin gluten quería compartir en este día una receta para el desayuno. Los panes dulces son mi debilidad (a cualquier hora bajan por el gaznate como si fuera agua). Si a esto le sumamos que las cerezas empiezan a asomar sus rabillos por las fruterías (¡cuánta felicidad!), no hay más que negociar. (Los michelines que hagan un poco más de hueco para cuando lleguen los panecillos).


Un poco de chocolate y unas cerezas. ¡Esto sí que es disfrutar la fruta! Así que, tanto si sois celíacos como si no, os animo a deleitaros con estos panecillos porque no tienen desperdicio. 
Cambiando de tema, pero en la misma línea, la Federación de Asociaciones de Celíacos de España ha elaborado un vídeo para felicitar a todos los celíacos. Yo desde aquí lo comparto. Día Nacional del Celíaco 27 de Mayo ¡Muchas felicidades!

Para 2 panes medianos o 6 pequeños

Para la masa:
450 g de harina panificable sin gluten (yo usé Beiker)
1 cucharada de postre de levadura seca de panadero
1/4 cucharada de postre de sal
60 g de azúcar o equivalente en edulcorante
1 cucharada sopera de cacao desgrasado
2 huevos M
50 g de mantequilla ligera derretida y templada
100 ml leche templada
1 chorrito de kirsch

Para el relleno:
100 g de puré de cerezas (cerezas trituradas)
1 cucharada sopera de pepitas de chocolate

Mezclamos todos los ingredientes de la masa y amasamos unos 15 minutos. Damos forma de bola y dejamos levar en un bol tapada con un paño húmedo durante 1 hora y media. Mientras leva trituramos las cerezas y preparamos las pepitas de chocolate. Transcurrido el primer levado hacemos porciones con la masa (tantas como queramos) y con el rodillo aplanamos en forma de rectángulo. Con un cuchillo hacemos unos cortes a lo largo de la masa, en el medio, pero sin llegar a las esquinas. Echamos el relleno y enrollamos en diagonal desde una de las esquinas. Una vez tengamos el cilindro volvemos a enrollar como si fuera una ensaimada. Dejamos levar una hora más. Precalentamos el horno a 200º e introducimos los panecillos unos 30-40 minutos. Sacamos y dejamos enfriar en una rejilla ¡a disfrutar!

Pan de trigo sarraceno (sin gluten)


Después de unos días de movimiento nada rectilíneo y muy desuniformado vuelvo por aquí para celebrar algo que considero importante. Y es que hoy es el día nacional del celíaco. Todos, hasta el más impasible, tenemos causas con las que estamos sensibilizados, y para mí la celiaquía es uno de esos temas. 





Porque comer es un básico y la celiaquía afecta a la salud de manera constante y radical. Es cierto que tiene fácil solución, pero no deja de ser un poco tostón tener que estar siempre pendiente de ello. Supongo que sucede igual que con el resto de alergias alimentarias (que por experiencia personal garantizo aburrimiento supremo detectando alimentos fuera de casa). A veces me encantaría tener unas gafas de esas de cartón que al ponérmelas me avisara de si lo que me voy a comer lleva o no alimentos a los que soy alérgica. Pero como de momento no existen, de vez en cuando, aunque pregunte, me la cuelan y entonces acaba una en el hospital, ahogada como si hubiera corrido 4 veces seguidas la San Silvestre, esperando el chute de rigor. Así que, por empatía absoluta, comparto unas recetillas sin gluten para conmemorar que ser un tullido alimentario no está reñido con panarrear. ¡No todo iba a ser negativo! Me encanta la harina de trigo sarraceno, se craquela que da gloria en el horno y deja un aroma estupendo en el pan. Vamos, que este pan ¡ni llegó a tocar la panera!.


Para una hogaza de 500 g aprox.

Para el poolish:

100 g de harina de trigo sarraceno
100 ml de agua
3/4 de cucharada de postre de levadura seca

Para la masa final:

Todo el poolish
200 g de preparado panificable sin gluten (yo usé el Beiker)
45 g de harina de trigo sarraceno
1 cucharada de postre de sal
150 ml de agua
1 cucharada de postre de levadura seca

Preparamos el poolish: mezclamos la harina, la levadura y el agua y dejamos fermentar unas 4 ó 6 horas a temperatura ambiente. También podemos dejar la mezcla toda la noche en la nevera.
Procedemos entonces a mezclar los demás ingredientes. Amasamos unos diez minutos, hacemos bola y dejamos reposar unos 20 minutos. Amasamos de nuevo y procedemos a darle forma al pan. Dejamos que la masa repose de nuevo, en un lugar sin corrientes y tapada con un paño húmedo, unas tres horas. Precalentamos el horno a 250º. Greñamos la masa y la introducimos. Hornearemos a 250º unos 15 minutos, bajamos la temperatura a 220º y dejamos otros 25 minutos. Finalmente reducimos la temperatura de 200º y horneamos 20 minutos más. Sacamos, dejamos enfriar y ¡a disfrutar!


26 de mayo de 2015

Cinco especias chinas



Como todo, uno puede ir a la tienda, comprar la mezcla de especias y dejarla en un tarro o bien hacerla en casa más a menudo y disfrutar de los aromas de manera plena. ¡Anda que no se nota la diferencia! Puede que lo más complicado de encontrar sea la pimienta de Sechuán, pero la verdad es que cada vez se vende en más establecimientos o en tiendas on-line. Vamos, ¡que ya no hay excusa! Esta mezcla de especias se suele usar con carnes, pero la verdad que a mí me gusta mucho con determinadas verduras. Eso al gusto, ya sabéis.

Para un tarro pequeño

1 cucharada de postre de pimienta de Sechuán
1 cucharada de postre de clavos molidos
1 cucharada de postre de semillas de hinojo molido
1 cucharada de postre de anis estrellado molido
1 cucharada de postre de canela molida (mejor si es cassia)


Introducimos las especias en grano en el molinillo y trituramos. Mezclamos todas las especias y guardamos en un tarro de cristal para que se conserve mejor. Si no vais a usarla muy a menudo haced menos cantidad.

21 de mayo de 2015

Muffins de almíbar de melocotón con frambuesas


De vez en cuando una se merece un capricho. Y recuerdo muy bien a cuento de qué vino éste. Estaba yo apaciblemente desayunando, casi pastando como las vacas en el campo, cuando de repente sonó el móvil. Un mensaje. Como por inercia lo cogí y apreté el botón correspondiente (las pantallas táctiles no reconocen mis dedos... y por lo visto ¡no soy el único espécimen! Así que estoy felizmente condenada a las Blackberry). Miré y leí. Lo que allí aparecía no era otra cosa que un mensaje de serviempleo (el Inem) para una preselección de un puesto de trabajo que, cosa rara, ¡tenía algo que ver con una de las mil cosas que he estudiado! Así que estaba yo apuntando el lugar y la hora cuando, de repente, veo la fecha. Hacía dos días que se había celebrado la convocatoria. 
Como os podéis imaginar ya ni desayuno apacible ni nada. Me calcé las botas y me encaminé a la oficina del Inem a pedir explicaciones. ¡Qué menos!. La respuesta que allí recibí, después de toda la mañana, fue ninguna (menuda sorpresa). Que si no funciona el sistema informático, que si el sol sale por el este, que si la abuela fuma y que me fuera a casa. Así que eso hice, me marché exactamente igual que había ido. 
De camino, me crucé con un camión de fruta y de repente me acordé de que había guardado el almíbar de unos melocotones en la nevera (¡que no tiro nada!). Para cuando entré por la puerta ya sabía lo que iba a hacer con ello. Me merecía un premio de consolación para la merienda. ¡Y vaya si hizo efecto! Si engordo la culpa es del Inem (o algo).

Para 6 muffins

180 g de harina leudante
1 cucharada sopera de levadura
1 huevo M
1/2 cucharada de postre de sal
50 g de pepitas de chocolate blanco
60 g de azúcar o equivalente en edulcorante
50 g de mantequilla ligera (derretida y no muy caliente)
130 ml de almíbar ligero de melocotón
12 frambuesas congeladas

Mezclamos por un lado la harina, el azúcar, la levadura y la sal. En otro bol batimos el huevo y añadimos la mantequilla y el almíbar. Vertemos los sólidos en la mezcla líquida y damos unas vueltas. No hace falta que quede una masa perfecta, si quedan grumos de harina no hay problema porque en el horneado desaparecerán. Añadimos ahora las pepitas de chocolate blanco. Precalentamos el horno a 180º. Vertemos la mezcla en los moldes de magdalenas y en cada molde ponemos dos frambuesas congeladas. Metemos al horno 30 minutos. Sacamos, dejamos enfriar y ¡a disfrutar!

Sopa de hojas de apio


Con este calor que nos asediaba ya había abandonado las sopas...hasta ayer. De repente bajan las temperaturas y con ellas mis pies, mis manos y mi nariz se congelan. Tengo el termostato estropeado, lo sé. Y todavía queda el verano por delante y lo que yo llamo "el diálogo recurrente" que surge de la, por otra parte normal, conmoción cerebral que le produce a la gente verme con chaquetilla de punto en Agosto a las 4 de la tarde. Pero soy así, un guisante amarillo arrugado de Mendel. Todo genes recesivos. Un gustazo, vamos. Lo bueno es que me achicharro menos que el resto, pero sólo porque el clima en Madrid, afortunadamente para mí, es más seco que una pasa. Una vez se me ocurrió ir cerca del Mediterráneo en verano. Una y no más. ¡Casi muero derretida!. Y la gente ahí tirada a la solana al lado del mar; vuelta y vuelta y... ¡gratinado! (si me hubiera acercado seguro que olía a hornazo). Os prometo que, en ese aspecto, siento admiración por el 99% de la población. Pero bueno, voy a dejar de contar mis miserias que yo venía aquí con mi sopa tan feliz y de repente esto es el rosario de la Aurora (que me lío y me lío y ¡no paro!). 
Normalmente cuando voy a comprar apio tienen las hojas amputadas y entonces me indigno un poco. Es como si la gente no las quisiera para nada más que hacer sal de apio. Que sí, que está buena y tal, pero con las hojas se pueden hacer más cosas. En crudo son más amargas, pero una vez cocidas tienen un sabor estupendo. Creo que esta sopa es de mis favoritas. Lo malo era la búsqueda del apio con hojas pero últimamente empiezo a encontrarlo sin problemas. Y yo lo celebro. Espero que vosotros también lo celebréis con un homenaje como éste a las hojas de apio.

Para dos raciones generosas:

Todas las hojas de un manojo de apio
1/2 cebolla
1 ajo
1 cucharada sopera de salsa de pescado
1/2 cucharada de café de citronela seca
1/4 cucharada de café de cayena
aceite de oliva
agua

Ponemos a calentar el aceite en una olla. Rehogamos el ajo. Cuando esté ligeramente dorado añadimos la salsa de pescado, la citronela, la cayena y la cebolla y dejamos que ablande a fuego lento. Como la salsa de pescado ya lleva bastante sal yo no le puse, pero eso al gusto. Añadimos ahora las hojas de apio y cubrimos con agua. Cocemos unos 15-20 minutos. Servimos y ¡a comer!

19 de mayo de 2015

Económicos de Trás-os-Montes. Receta portuguesa


Se pasan los días que una ni se entera. Y las semanas. Bueno, y los años. ¡Maldito tiempo! A veces me da la impresión de que en lugar de en un tiempo físico de reloj vivo en el tiempo narrativo de las novelas, porque de repente me encuentro en el siguiente capítulo con la frase: "Un año después..." ¡¿Pero dónde narices ha ido ese tiempo?! ¡Un año ha pasado ya! (Creo que convivo con el monstruo de las galletas temporales). La parte buena es que lo celebras cumpleañeramente y siempre es una alegría poder contarlo en la calle. Que hace dos años lo celebré íntegramente en el hospital y ¡menudo tostón! (Si tenéis pensado el hospital como lugar de recreo yo no lo recomiendo, aunque haya gente que lo marque como primera opción. No me lo invento, doy fe de ello).
Estos días han sido de mucho movimiento, como suele pasar por estas fechas. Entre San Isidro y mi cumpleaños, que fue el sábado, no he parado por casa ni medio minuto. Muchos regalos, todos relacionados con la cocina (y yo ¡muy feliz!) y mucho tiempo (se incluye el telefónico) con la gente que te quiere (¡¡que me pongo moñas!! ¡¡que alguien me paree!!). Así que, un año más, ¡muchísimas gracias!
Llevaba tiempo dándole vueltas a qué tarta iba a ser la afortunada para mi gusto y disfrute. Tenía unas cuantas apuntadas (la tarta helada tipo Comtessa de El cuaderno de recetas ¡casi gana la partida!), pero me levanté el sábado y sólo tenía antojo de una cosa: Económicos. Así que ni tarta ni leches. 
Los económicos son un dulce típico del norte de Portugal, de la zona de Trás-os-Montes. La verdad es que los llevo comiendo toda la vida y tengo que decir que cuando era pequeña no eran santo de mi devoción. Son una mezcla entre pan y bollo dulce que se añusga en las tragaderas en forma de bolo compacto (¡Una maravilla! jajaja). A veces da la impresión de que uno va a morir ahogado, pero os garantizo que, extrañamente, merece la pena. Lo bueno de estos bollicos es que si los guardas en una lata aguantan mucho tiempo sin ponerse duros porque, en su justa medida, ya son ellos poco mulliditos. Si vais al norte de Portugal os recomiendo mucho que los compréis y los probéis. No son un manjar dulce a la francesa, ni son tiernos, tampoco son algo que se pueda servir en un cóctel glamuroso playero. Son lo que su nombre indica: económicos (del griego oikos: casa y nomos: norma como ley). ¡Toda casa debería tenerlos por ley! ( Así como fondo de armario. Y si hace falta quita una el arroz para meter la lata de los bollos. Que no es que yo haya hecho eso....no....). 
Si no tenéis pensado visitar la zona de Trás-os-Montes de Portugal (en la que por otra parte no hay gran cosa que ver además de montes y señores con vacas sentados a la sombra de un pinar), podéis acercaros con esta receta muy placenteramente (y así también os ahorráis el ruido irritante de las chicharras primaverales).



Para 20 bollitos:

500 g de harina blanca de trigo
3 huevos
250 ml leche
125 ml aceite de oliva
250 g de azúcar
1/2 copita de aguardiente
1/2 cucharada sopera de canela
ralladura de 1/2 naranja
1 cucharada de postre de levadura química
1/2 cucharada de postre de bicarbonato
Huevo, canela y azúcar moreno para decorar (opcional, yo sólo pinté con huevo)


Es importante que los ingredientes estén a temperatura ambiente y podremos comenzar a elaborarlos. Batimos los huevos con el azúcar hasta que espumen los huevos. Sin dejar de batir añadimos el aguardiente, la canela, el aceite, la leche y la ralladura de naranja. Echamos ahora el bicarbonato y la levadura. Por último añadimos poco a poco la harina tamizada. La masa debe quedar consistente pero blanda. Así que dependiendo de la absorción de la harina es posible que tengamos que añadir un poco más.
Una vez tengamos la masa cogemos porciones y damos forma. Colocamos en la bandeja del horno distantes unos de otros porque en la cocción crecerán bastante. Pintamos con el huevo y espolvoreamos de azúcar y canela. Precalentamos el horno a 200º e introducimos la bandeja unos 15-20 minutos hasta que estén dorados. Sacamos, dejamos enfriar en una rejilla y ¡a comer!.

14 de mayo de 2015

Pan de trigo y alforfón o trigo sarraceno


Llevaba unas semanas viviendo con un temor que me atenazaba el alma, el corazón y el sombrero: la posibilidad de ser celíaca. Hay pocas cosas en mi vida que tienen carácter de necesidad, pero una de ellas es: ¡¡¡el pan!!!. Creo que no podría vivir sin hincarle el diente a una hogaza de trigo o a un centeno. El tema de las pastas y demás alimentos necesariamente modificados de la dieta celíaca no me preocupaba en absoluto, pero ¡el pan! ¡aaay!.
Ser celíaco debe de ser una de las cosas más aburridas del mundo porque uno no hace vida dentro de casa y, fuera de ella, a nadie le preocupa que la comida tenga gluten. Y, a veces, incluso con las indicaciones de "sin gluten" el producto ha sufrido contaminación cruzada y el celíaco acaba padeciendo sus efectos. Muy peliagudo el tema y bastante preocupante, la verdad.
El caso es que ayer tenía que ir a recoger los resultados de los análisis. Me vestí de negro, como si fuera a mi propio entierro, miré suspirando los 500 botes de diferentes harinas que tengo en la cocina y armada de valor me fui al médico (tengo que darle algo de emoción tragicómica a la historia). Entré en el ambulatorio, me encaminé a la puerta de mi doctora y, al llegar, me senté frente a ella. Cuando llevaba 5 minutos allí me fijé que había un cartel en la puerta (que anteriormente no había visto porque estoy más miope que Carracuca y mucho vestirme de negro pero las gafas se quedaron en casa). Así que me levanté (porque ya me había cansado de arrugar la nariz y entrecerrar los ojos con cero resultados de ver nada) y el cartel decía: "La doctora Morales atiende por la mañana en la consulta 6548675465 de la segunda planta". ¡Ya decía yo que era raro que no hubiera nadie! Coooorriendo a la segunda planta con cara de lerda. Llegué y justo me estaban nombrando (¡menos mal!). Entré con cero solemnidad a la consulta, echando el higadillo y, con una sonrisa en la cara (que yo ni me había sentado) me dijo la doctora: "Silvia, no eres celíaca. ¡Enhorabuena!" Al escuchar el "enhorabuena" me dió la impresión de que había ganado un concurso en el que el premio era un reloj de cocina con forma de olla exprés. Y con esa sensación y una felicidad muy grande no escuché nada de lo que me dijo a continuación (aunque igual era importante ya nunca lo sabré). Salí de allí con una copia del certificado de mi no-celiaquía, llegué a casa, la colgué en la nevera y...¡me puse a hacer pan! ¿Qué mejor manera de celebrarlo? ¡Manos a la obra!
Os confieso que a partir de ahora a este pan lo llamaré Pan Feliz, porque pocos panes me han sentado tan bien en la vida.

Para un pan de 500 g:

Para el poolish

50 ml de agua
30 g de harina trigo sarraceno
20 g de harina de trigo panadera
1/2 cucharada de postre de levadura seca

Para la masa final

Todo el poolish
220 g de harina panadera
30 g de harina de trigo sarraceno
50 g de harina de trigo integral
140-150 ml de agua
1 cucharada de postre de sal
3/4 cucharada de postre de levadura seca




Preparamos el poolish mezclando bien las harinas, la levadura y el agua. Dejamos reposar a temperatura ambiente 12 horas o toda la noche. Al día siguiente mezclamos bien todos los elementos junto con el poolish y amasamos. Es conveniente que sea un amasado fuerte y rápido porque el sarraceno degrada el gluten que es una maravilla, oiga. Así que con unos 15 minutos será suficiente. Dejamos reposar una hora tapada con un paño húmedo. Si queremos a los 20 minutos de empezar el reposo podemos hacerle unos pliegues al pan de tal manera que el alforfón nos muestre después todas sus maravillas. Una vez ha pasado esa hora desgasificamos y formamos la masa. Dejamos nuevamente levar una hora y media a temperatura ambiente tapada con un paño húmedo. (En panarras.com con esta harina hacen un levado retardado en nevera de 3 horas, yo no lo he hecho nunca pero de los panarras me fío (del Caserío ya veremos). Después de este segundo levado greñamos e introducimos al horno con vapor de agua unos 45 minutos. A 230º los 25 primeros minutos y a 200º el tiempo restante. Sacamos, dejamos enfriar y olemos mucho esa miga de sarraceno antes de comerlo entero. ¡A disfrutarlo!

Sopa de trigueros, cardo mariano y col china


Normalmente por las mañanas estoy on fire. Me levanto y si las calles no estuvieran ya puestas las pondría yo. Luego a las 5 de la tarde parezco un higo turco en el sofá. Aunque como por la mañana ya he hecho todo lo que tenía que hacer (a no ser que haya algún contratiempo), tampoco me preocupa. Pero de vez en cuando pasa una cosa: hago sopa por la mañana y luego hace un calor que viene de nadie sabe qué lugar y de repente en vez de una cena lo que tengo es una agonía. Y esto me pasó ayer. ¡Que parecía julio! Ingenua de mí haciendo sopa tan feliz por la mañana. Pero no hay mal que por bien no venga. Yo que no voy al gimnasio, porque lo que valen está fuera de mi presupuesto, ayer tuve un vale de una sesión de ¡sauna gratis! Terminé de cenarme la sopa y no sabía si meterme a la ducha, aprovechar la coyuntura y salir a correr o quedarme sentada en la silla agonizando un rato hasta que se me pasara el calor. Obviamente hice lo tercero. Un nuevo propósito es moderar mi energía matutina, así me evito este tipo de contratiempos.
¡A la sopa! El sabor del cardo mariano me reconforta inexplicablemente. Normalmente se infusiona y poca gaita más, pero me gusta echarlo en las sopas por el sabor como a caldo de verduras que deja. Lo suelen vender en herbolarios, aunque también lo he visto en Carrefour en bolsitas en la frutería. Hay que tener en cuenta que en muchos casos no nos venden sólo las hojas de cardo, en el revoltijo verde van también los pinchos. Fijáos en ello antes de echarlo no vaya a ser que tengáis una sopa para darle a vuestros mejores enemigos. Si viene con los pinchitos, infusionáis antes el cardo, lo coláis y santas pascuas.

Para dos raciones

250 g de espárragos trigueros
2 cucharadas soperas de hojas secas de cardo mariano
200 g de col china
1/2 cucharada de postre de pimentón picante
agua
aceite de oliva
sal

En una olla con aceite de oliva y pimentón rehogamos los trigueros a fuego lento. Cuando ablanden vertemos el agua y añadimos el resto de ingredientes. Dejamos cocer unos 15 minutos. Sacamos, servimos y ¡a usar esas cucharas!.

11 de mayo de 2015

Tarta bizcochona de manzana y almendra


Os voy a contar un poco mi vida, que estoy espléndida hoy. Tengo dos hermanas, una mayor y otra pequeña. Eso quiere decir una cosa: soy "la del medio", con todas las consecuencias que eso tiene. Si estáis en la misma situación ya las conoceréis y si no ya os iré contando las bondades y maldades de esta peculiar circunstancia familiar. 
El caso es que las tres cumplimos años en mayo, como si fuéramos flores o algo, pero flores putrefactas porque ¡vaya lástima de salud que tenemos! (unas más que otras). Y ayer fue el cumpleaños de mi hermana mayor (que es infinitamente más vieja que yo. Tiene un año más). Las tartas favoritas de mi hermana son las de manzana, así que todos los años por su cumpleaños le hago una para que esté contenta el resto del año (tampoco voy a hacérsela más veces que luego se acostumbra y le gusta). Cada año cae una distina, porque tartas de manzana ¡hay tantas y están todas tan buenas! Así que ayer por la mañana, mirando lo que tenía por la cocina, saqué unos cuantos ingredientes y adapté la receta de la tarta de manzana sueca. Que estoy convencida de que no inventé nada pero yo os dejo por aquí mi variante porque, lo que es buena, estaba un rato buena.

Para un molde de 20 cm

100 g de harina floja
75 g de almendra molida
7 g de levadura química
100 g de azúcar
100 g de margarina ligera fundida
2 huevos
2 manzanas reineta

Para el glaseado:
20 g de margarina ligera
2 cucharadas soperas de azúcar glas
1/2 cucharada de postre de canela en polvo

Tamizamos la harina con la levadura. Añadimos el azúcar y la almendra molida. Vertemos la margarina derretida y los huevos batidos. Mezclamos hasta que la masa sea homogénea. Pelamos las manzanas. Una de ellas la cortamos en cubitos y la otra en láminas para la superficie. La manzana en cubitos la agregamos a la masa. Engrasamos un molde y vertemos la mezcla. Colocamos la manzana laminada encima. En el horno precalentado introducimos el molde y mantenemos a 180º unos 40-50 minutos. Pinchad para ver si el bizcocho está hecho. Sacamos del horno. Hacemos el glaseado. Mezclamos la margarina derretida con el azúcar y la canela. Yo lo hice al baño María que, aunque parezca que no, es más efectivo. Pintamos la tarta mientras aún sigue tibia. Dejamos enfriar. Servimos y ¡que aproveche!

Paté de zanahorias y harissa



¡Pero qué calufato cordobés hace de repente! Parezco un hamster en agosto. Bueno, la verdad que mi solución ha sido cambiar los pijamas de forro polar, que ya iba tocando (cof, cof), y ya parece que no sufro tanto.
Ya sabéis que me encantan los patés vegetales y celebro que haga buen tiempo porque como que pega más tenerlo encima de la mesa en cada comida. Normalmente no hago paté de zanahorias porque suelen ser las zanahorias, junto con el apio, las crudités que acompañan el moje-moje y porque las zanahorias me gustan mucho más sin cocer. Pero de vez en cuando alguno cae. Éste, con su toque picante, es un poco particular pero ¡está estupendo!

350 g de zanahoria
1/2 nuez de jengibre
1 cucharada de postre de cominos molidos
1 cucharada de postre de harissa
1 diente de ajo
sal
aceite de oliva al gusto

Cocemos la zanahoria, el ajo y el jengibre. Pasamos al vaso de la batidora con el resto de ingredientes y trituramos hasta que quede una textura a nuestro gusto. Servimos y ¡a disfrutar!

7 de mayo de 2015

Flapjacks ligeros de avena, plátano y arándanos


¡Ya suenan! Las elecciones en materia política tienen banda sonora propia: el ruido de martillo neumático en acción. De repente las ciudades se convierten en un Lego city y uno tiene que andar sorteando hoyos, camiones y obreros gratinándose al sol a los que no les cierra la camisa en la barriga comiéndose un bocata de chorizo más grande que su cabeza. Cada cuatro años la misma gaita. Y en el fondo se parece mucho a cuando voy a comprar unas velas nuevas y las pongo encima de la mesa. Pienso: ¡mira qué bonito! Y a los 4 días se ha llenado de polvo. Un poco por cambiar, pero es tan rápido el cambio que en el fondo es una chapucilla castellana. 
Así que ya que estamos de cambios chapuceros y rápidos yo me uno a la causa y le he dado una vuelta a la imagen del blog. (No es que me vaya a presentar a las elecciones ni nada pero creo que es contagioso).
Lo mejor del martillo neumático en funcionamiento desde las 8 de la mañana es que...¡tapa el ruido infernal del pájaro satánico que no emigra de los árboles de enfrente de mi casa! Así que no sé si estoy un poco más feliz. Haré una lista de pros y contras: pájaro vs. martillo neumático.
Al lío. Los flapjacks son una pequeña delicia británica que me encantan (que tengo buen zampe). Sólo tienen un problema: muuuuucha mantequilla. Y no es que me preocupe la operación bikini (que los que me conocen ya saben que no me acerco a una playa o piscina ni con un palo), pero me preocupa la operación "tienes un estómago que cada vez aguanta menos tus caprichos". Así que a regañadientes decidí sustituir la mantequilla por plátano. Que oye, no es lo mismo (y tengo que decir que casi ni parecido), pero están muy buenos. Así que para todos esos caprichos dulces aquí queda esto.

Para unas 6 unidades

2 plátanos muy maduros (unos 200 g)
150 g de copos de avena
8-10 arándanos deshidratados
1 cucharada de postre de miel (opcional)

Trituramos los plátanos hasta que no queden grumos. Añadimos la avena y mezclamos muy bien con el plátano. Cortamos los arándanos en trocitos y echamos a la mezcla. Removemos muy bien. Extendemos en un recipiente, pintamos con la miel (si queremos podemos mezclarla con una pizca de agua para que sea más "untable") y metemos al horno unos 40 minutos a 150º (yo los dejé más tiempo que me gustan doraditos). Sacamos, cortamos calientes y dejamos enfriar. ¡A disfrutar!

Yogur de fresas al anís


No sé cuál será la razón de que no haya recetas de yogur de fresas por el mundo blogero. Supongo que tiene que ver con que las fresas no cuajan igual. Pero sólo hay que estar un poco ojo avizor porque en unas horas se empieza a formar el suero yoguril en mitad de los recipientes. Puede que no queden muy bonitos a la vista, pero al paladar: ¡ayyy!. Y total, los yogures tampoco son una cosa que vaya uno a llevar a una exposición de arte (excepto si es Arco, que ahí puedes exponer hasta un rollo de papel higiénico quemado y una hoja de parra al lado con un lacito rosa y decir que es una crítica al concepto de progreso de Comte y una reivindicación de la vuelta a los orígenes).
Pues nada, unos yogures muy ricos en la mejor época de las fresas. Recomendado totalmente.

Para 7 yogures

1 litro de leche desnatada
1 yogur natural desnatado
50 g de azúcar o edulcorante al gusto
2 cucharadas soperas de leche en polvo
200-250 g de fresas
1 cucharada sopera de anís en grano

Ponemos a calentar la leche en un cazo con los granos de anís. Infusionamos y dejamos enfriar. En otro cazo ponemos las fresas en trocitos con el azúcar y cocinamos unos 10 minutos a fuego lento. Dejamos enfriar. Una vez está todo frío mezclamos con el resto de ingredientes y pasamos por la batidora. Repartimos en los vasitos de la yogurtera y dejamos unas 8 horas (estad pendientes). Retiramos y metemos en la nevera al menos 4 horas antes de consumirlos. ¡A disfrutar!

4 de mayo de 2015

Cortadillos de cabello de ángel


(Léase cantando el villancico) "Navidaad, navidaaad, ya no es navidaaad. Pero a mí me da lo mismo, ¡a lechucear!". ¡Aaaaay! ¡Cuánto sufrimiento! Estamos ya en la época en la que empiezan a aparecer las recetas de aprovechamiento de turrones y demás productos navideños que nos han quedado rondando por casa o que hemos dejado adrede para tal propósito (suspiro por el helado de turrón duro de A falta de lexatín buenas son tortas). Ha pasado ya un tiempo prudencial y la saturación que en esa época azota a la mayoría de los mortales se ha disipado también. Y digo la mayoría porque yo podría pasarme el año entero comiendo turrón de frutas, mantecados y cortadillos. Sin despeinarme ni nada. Así que mientras se empiezan a aprovechar los restos yo desaprovecho todo y me pongo a hacer unos cortadillos de cabello de ángel en primavera. Porque así soy yo, una revolucionaria nata (que ya quisiera el Che Guevara). Que digo yo que en alguna parte del mundo será navidad y tampoco estaré desbarrando tanto ¿no?. Si es así, estos cortadillos son para eso, para celebrar la navidad en Gdjkdhjflandia (cof, cof...creo que no. El que no se contenta es porque no quiere). 
Pero como están tan buenos da igual que sea diciembre, abril o agosto. Me sentaron de gloria bendita y eso no se paga con nada (excepto con la báscula, que es un objeto del demonio). Si os apetece, ya sabéis ¡cero complejos estacionales!

Para una bandeja hermosa

500 gramos de harina floja
200 gramos de azúcar glas
220 gramos de manteca de cerdo
1/2 vaso de Vino Blanco
Una cucharada de postre de anís en grano molido (se puede echar también canela y vainilla)
450-500 g de cabello de ángel para el relleno
Más azúcar glas para decorar

Mezclamos todos los ingredientes excepto el azúcar de decoración y el cabello de ángel. Amasamos bien hasta que sea una masa compacta. Dividimos en dos la masa, las pesamos para que sean iguales y con un rodillo las aplanamos en forma de rectángulo. En distintos blogs y foros he visto cómo la gente se quejaba de que era muy difícil de manejar, para mí esa apreciación sigue siendo un misterio. Sobre una de las placas aplanadas extendemos el cabello de ángel. Tapamos con la otra placa de masa. Metemos al horno unos 45 minutos a 180º, como depende del horno estad pendientes no se os vayan a tostar demasiado. Sacamos y dejamos templar. Ahora podemos cortar la masa en cuadraditos y espolvoreamos con el azúcar glas que teníamos para ello. Dejamos enfriar del todo y ¡a comeer!



Crema de apionabo, calabaza y alcaravea


Ya sé que estáis pensando: "¡Pero qué haces loca! ¡Que ya hace buen tiempo, deja los purés y las sopas!". Pero os prometo que no soy yo. Soy la principal afectada de una conspiración judeomasónica entre las verduras de la nevera y mis pies fríos. Intento luchar contra ella pero el tándem es perfecto. Al final las verduras, en sopas y cremas, me calientan la barriga y los pies y, como el bienestar es supino, no puede una resistirse a tal complot. Eso sí, ha quedado ya inaugurada la temporada veraniega de barbacoas. Así que, exactamente igual que el tiempo primaveral, una de cal y otra de arena (¿cuál es la buena?), que yo soy muy gallega (sí...un poco mala también) y hasta el 40 de mayo no me quito el sayo (que en mi caso tiene forma de cuchara). Pues nada, si todavía estáis como yo entre Pinto y Valdemordor y os apetece cucharear os dejo esto por aquí.

Para dos raciones

200 g de calabaza
250 g de apionabo
1 cucharada de postre de alcaravea
1/2 cucharada sopera de aceite de oliva
500-600 ml de agua
sal al gusto

Echamos en una olla el aceite de oliva y las semillas de alcaravea. Tostamos las semillas ligeramente (no mucho porque si no amargan). Vertemos el agua y añadimos la calabaza, el apionabo y la sal. Dejamos cocer unos 15 minutos, hasta que el apionabo ablande. Trituramos con la batidora y servimos. ¡Que aproveche!

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