17 de noviembre de 2015

Guiso de trigo. Receta peruana





El tiempo últimamente sólo acompaña platos de cuchara, manta, pijama gordo, bata y sofá. Pero, como sucede con todas las cosas, no hay mal que por bien no venga. Vamos, que la enumeración de arriba no es lo que más me apetece del mundo, que si pudiera no era yo la que se quedaba en casa disfrutando del tiempo estacional, me cogía la maleta y me iba de turismo gastronómico de cuchara. (Bueno, eso o a la ruta de la tortilla a casa de Concha. Y así, sin ponerme roja ni nada lo digo ¡Que con ese tema ella sí que no se anda con tonterías! Benditas tortillas las suyas).
Pero como ni chicha ni limoná pues un guiso de los que me gustan y haya paz. Que el horno no estará para bollos pero la olla siempre está dispuesta a cocinar lo que le eches (si es que ellas son así de agradecidas).

Ya sabéis que el pan es mi debilidad por excelencia (y ser muy plasta con el tema también), pero no es tanto por el pan como por el gusto por los cereales. Me encantan y el pan es mi forma casi diaria de consumirlos. Pero de vez en cuando, cuando el cuerpo lo pide, lo cambio por estas elaboraciones o por platos de pasta (admito que de esto último menos y tengo que solucionarlo). 

El caso es que los guisos de trigo siempre los había hecho siguiendo diferentes recetas murcianas y el resultado en general ha sido muy bueno. Pero por circunstancias que ya comenté (aquello de gente que emigra) me encontré con esta receta y tuve que probarla. Mi conclusión es que, salvando las distancias, poco o nada tiene que envidiar al guiso tradicional murciano.



Para 3 ó 4 raciones

250 g de trigo
200 g de tomate natural triturado
1 cebolla hermosa
100 g de guisantes
300 g de pechuga de pollo (puede ser morcillo de ternera también)
3 patatas hermosas
1/2 cucharada de postre de pimienta
1/2 cucharada de postre de cominos
1/2 cucharada de postre de pimentón dulce
1/2 cucharada de postre de cúrcuma
1 cucharada sopera de ají (yo le puse argentino, que es el que tenía)
1 cucharada sopera de cilantro fresco picado (yo no le puse)
aceite de oliva
sal al gusto

Arroz blanco para acompañar (opcional)



La noche anterior lavamos el trigo y lo dejamos en remojo. Al día siguiente volvemos a lavarlo para quitar la suciedad y los granos que no estén en su punto óptimo. Echamos el trigo en una olla y lo dejamos cocer hasta que esté tierno. Depende de la olla y del tipo de fuego pero en mi caso suele tardar una hora. En olla exprés el proceso es más rápido, por supuesto.

Mientras se cuece el trigo picamos la cebolla, cortamos las patatas en cubos y la carne en trozos. En otra olla ponemos a calentar aceite. Echamos la cebolla, la cúrcuma, la pimienta, los cominos, el ají y el pimentón. Una vez la cebolla está dorada añadimos la sal, las patatas, los guisantes y la carne y lo rehogamos ligeramente. Agregamos entonces el tomate y cubrimos con agua. Cocemos a fuego muy lento durante una hora y media aproximadamente.

Una vez está el trigo listo lo escurrimos y lo echamos al guiso hasta que reduzca ligeramente (no mucho más bien ha de quedar suelto porque al atemperarse el trigo tiende a absorber mucho el agua) Si le ponemos es el momento de añadir el cilantro. Removemos, apagamos el fuego y dejamos reposar 10 minutos. 

A mitad de camino podemos poner a cocer el arroz. Servimos el guiso de trigo junto con el arroz y ¡a disfrutar!


Panecillos de okara y lino



Como viene siendo habitual, vamos, que de novedad nada de nada, el pan en mi cocina sale varias veces a la semana del horno. Tampoco es noticia que no tiro absolutamente nada a la basura (a no ser que tenga ya vida inteligente y entonces sí que no hay tu tía).
El tema es que, a veces, cuando hago otras elaboraciones y quedan restos de ingredientes me da tanta pena deshacerme de ello que les busco usos y nuevos formatos aprovechables. Así fue cómo descubrí la okara.
La okara no es ni más ni menos que lo que queda de la soja triturada después de hacer la bebida vegetal. ¡Pero yo qué iba a saber sobre esto! Al principio seguí todo tipo de recetas, sobre todo de repostería, para darle salida a la legumbre machacada. Pero un día pensé que por su jugosidad en el pan tendría que quedar de lujo. Y así fue como desde entonces sólo la uso para esto.
Como la soja le da una textura blanda y no muy alveolada al pan es mejor hacer panes pequeños o panecillos de esos que por las mañanas tostados y con un poco de mermelada de castañas (por ejemplo ésta de Isabel de Cakes para ti que ya he robado descaradamente para próximos episodios) sientan que ni un desayuno con dátiles de un jeque árabe.
Lo dicho, ¡aquí no se tira nada!



Para un 800 g de masa (aprox)

260 g de okara
420 g de harina de trigo de fuerza
20 g de lino dorado molido
7 g de levadura seca de panadero
250 ml agua
2 cucharadas de café de sal






(Okara)


Mezclamos todos los ingredientes. Amasamos unos 15 minutos y dejamos reposar la masa en bloque (en forma de bola) una hora aproximadamente (tapada con un paño húmedo en sitio sin corrientes de aire). Pasado el tiempo desgasificamos amasando un minuto. Cogemos porciones iguales de la masa y damos la forma que queramos. Colocamos en la bandeja del horno con papel sulfurizado o harina en la base y dejamos leudar entre una hora y una hora y media, dependiendo del calor que haga, tapado con un paño húmedo en un sitio sin corrientes. Precalentamos el horno a 200º. Greñamos los panes. Horneamos entre 30 y 40 minutos, hasta que estén dorados. Sacamos, dejamos enfriar y ¡que aproveche!



4 de noviembre de 2015

Bundt cake de patata y chocolate especiado



Sin duda alguna lo que más me gusta del mundo bloguero son sus autores. Porque sí, porque ni las recetas ni las fotos salen de un hoyo cósmico espontáneo de creaciones (que ya conocéis mi fijación por reivindicar a las personas más que a las cosas). Y en ese ejercicio constante que hay que hacer (luchando contra la despersonalización imperante de lo visualmente veloz del consumo) lo que más satisfacción me genera es entablar conversaciones con personas. El espacio de la pausa es el que más frutos ha dado siempre. Esas conversaciones, que pueden ser más o menos cortas, revelan ciertos aspectos e inquietudes que nos conforman.
En algunos blogs esto resulta más o menos patente. Depende del grado de "pudor" del autor. Todas las opciones son respetables, por supuesto. Porque a menor grado de opinión menor posibilidad de disputa con respecto a un tema colindante que siempre va a ser controvertido (porque aquí de lo que se habla es de comida) . Las opiniones son como los días, hay más que judías, y en todo caso suponen un riesgo (menor, por otra parte).

Pero hay una bloguera que a mí me genera un impulso incontrolable de conversar (a veces hasta conmigo misma) porque poco le importa exponer todo lo que le preocupa, sea de carácter inmediato o reflexivo. Y es que, en estos días en los que ser tolerante significa ser indiferente, encontrarse con alguien que sea intolerante a muchas cosas a ese nivel vital tan explícito es un placer como pocos. 
Y decir esto puede causar cierto revuelo, pero yo soy de esa opinión: no hay que ser tolerante con determinados aspectos que nos afectan de manera negativa de tantos modos. Normalmente es muy común que a este tipo de personas se las (nos) conozca con el término "protestonas". Como ustedes gusten. Pero en el fondo siempre hay algo mucho más complejo.

Y esta bloguera no es otra que Cuca de Los dulces secretos de Cuca, que pese a todas sus argumentadas quejas y reivindicaciones siempre tiene algo con lo que endulzarnos los pequeños amargores.



~ Te copio y te lo cuento porque no tengo vergüenza ~
Episodio V

Así que aquí estoy de vuelta con otro episodio de "Aquí está mi copia. Agárrate, que vienen curvas". Muchas son las recetas de Cuca que he plagiado descaradamente en mi cocina pero traigo ésta porque, por una vez, me acordé de hacerle foto antes de que el plato estuviera vacío.

A pesar de haber hecho múltiples bizcochos/bollos con verduras como la calabaza, el calabacín o mi amada remolacha, nunca se me había ocurrido usar el tubérculo patatero para una de estas elaboraciones. Pero como de remilgada tengo poco y la curiosidad rompe el saco me propuse hacer este bundt y el resultado fue estupendo. Tengo que decir que cambié algunas cosillas nimias de la receta original pero en cualquier caso el mérito es todo suyo y el disfrute fue todo nuestro. ¡Gracias Cuca!



Para el bizcocho
300 g. de harina
250 g. de patatas cocidas
3 huevos
150 ml. de leche desnatada
150 gramos de mantequilla ligera (derretida)
150 g de azúcar de abedul (o el que tengamos)
70 g de cacao puro en polvo
Una cucharada y media de bicarbonato


Para la cobertura
60 ml. de nata
100 gramos de chocolate de cobertura
Una cucharadita de margarina
Media cucharada de postre de mezcla para pain d'epices
Nueces (para decorar)




Para el bizcocho: ponemos a cocer las patatas y cuando estén hechas las escurrimos y las machacamos hasta hacerlas puré. Precalentamos el horno a 180º y untamos el molde de mantequilla.
Batimos los huevos con el azúcar hasta que doblen el volumen. Añadimos entonces la mantequilla. Batimos de nuevo. Agregamos ahora la patata y mezclamos bien. En otro bol mezclamos la harina, el cacao y el bicarbonato y lo tamizamos. Añadimos la mitad a la mezcla anterior y removemos bien. Echamos la leche y el resto de la harina, bicarbonato y cacao tamizado y mezclaremos hasta obtener una masa completamente homogénea. Vertemos la masa en el molde y horneamos unos 40 minutos o hasta que al pinchar con un palillo salga limpio. Sacamos y dejamos enfriar unos 13 minutos (que es lo que tarda en despegarse el bizcocho del molde de bundt), sacamos y dejamos en una rejilla hasta que se enfríe compleamente.
Para la cobertura: calentamos la nata en un cazo. En un cuenco troceamos el chocolate y cuando la nata esté caliente la vertemos encima. Echamos la mantequilla y la 1/2 cucharada de especias y lo mezclamos todo bien con unas varillas. Dejamos que atempere.
Montaje: una vez esté frío el bizcocho echamos el chocolate de cobertura por encima y dejamos templar. Colocamos las nueces e introducimos en la nevera (mejor tapado por tema de olores) hasta que la cobertura endurezca. Sacamos y ¡a comer!


Bebida de soja



Dicen que en la variedad está el gusto. Esto, como todo, depende del gusto. Porque no es ninguna novedad que nos encontramos en un mundo de patrones a todos los niveles, incluso en los comportamientos sociales. No digo que nos dediquemos a hacer el mal en el mundo pero, de vez en cuando, toparme con el espacio fuera de la norma me arrastra de vuelta al mundo.

Diréis ¿y de qué habla la loca de los peines que ya está desbarrando? Hablo de una cosa con la que todos, unos más y otros menos, nos hemos encontrado: gente que canta por la calle a las 9 de la mañana a pleno pulmón porque sí, porque ellos lo valen (yo para eso no valgo). Que a veces, clara y desafortunadamente, se puede ver que pasa algo más en el fuero interno de esa persona que le hace comportarse de esa manera (y puede uno hasta sentir cierta misericordia). Pero, en otras ocasiones, esos cantos son rupturas de las rutinas.
Un señor de unos 70 años, por mitad de una de las calles principales, que ni corto ni perezoso empieza a cantar "viva el vino y las mujeres" desgañitándose hasta el higadillo porque se acaba de encontrar con su mujer saliendo del portal de su casa con el carro de la compra. ¿El resultado? Toda la gente que transitábamos alrededor riéndonos a carcajadas mientras la buena mujer le decía a su marido: "¡Manolo!¡Haz el favor que nos están mirando!".
Y yo no puedo más que agradecer a todos los manolos del mundo (a los zapatos no, que esos no cantan) sus melodías fuera de contexto. ¡Gracias!

Y como decía al principio, en la variedad está el gusto. Y cuando eres medio intolerante a cosas básicas como la leche tiendes a desarrollar el gusto por alternativas (¡qué remedio!). Al principio la bebida de soja me causaba un profundo rechazo pero, poco a poco, fui cogiéndole el gusto y ahora es algo que suelo tener siempre en casa. Como sucede con el resto de bebidas vegetales elaborarlas uno mismo da un resultado muy bueno y ya de paso te aseguras de que no tiene nada raro entre sus ingredientes.




Para un litro aprox.

125 g de habas de soja amarilla ecológicas 
1 l de agua mineral
sirope de dátiles o cualquier endulzante (opcional) 


Lo primero que haremos será lavar la legumbre y dejarla en remojo unas 12 horas. Ahora, con las manos limpias, y si la soja no viene pelada, retiramos las cáscaras. Podemos dejarlas pero le darán amargor a la bebida. Las volvemos a lavar y las ponemos a cocer con el agua media hora controlando la temperatura. Es importante que no pase de 80º grados para que no se nos forme un espumoso de Navidad.  Pasado el tiempo trituramos/batimos la legumbre con el agua. Sacamos y vertemos sobre un colador con una gasa. El líquido es la bebida de soja que si queremos podemos endulzar, con sirope de dátiles queda fenomenal, y los restos de la soja triturada, que se conoce como okara, lo guardaremos para otras elaboraciones. ¡A disfrutar!

23 de octubre de 2015

Crema Gianduja


En anteriores capítulos (porque esto parece una novela autobiográfica) os conté que en mis andanzas por la tan maravillosa tierra asturiana me volví cargadita de avellanas, nueces y otras bondades. Pues bien, cuando probé aquellas avellanas antes de comprarlas (la señora del puesto del mercadillo de Luarca te las daba a probar sí o sí) sabía que, además de llevármelas, iban a terminar siendo pasto de mi insaciable necesidad de elaborar cosas para untar.
¿Y qué mejor que una crema de chocolate y avellanas? Confieso que no soy nada chocolatera, excepto si el chocolate del que estamos hablando es del más puro posible y no lleva azúcar. Entonces sí, entonces el chocolate es todo para mí y que nadie meta la zarpa porque las consecuencias pueden ser terribles. Lo bueno es que casi no hay gente a la que le guste este tipo de chocolate, así que no suelo tener oponentes con los que comenzar un duelo medieval a caballo y lo agradezco. Creo que el dulce nos desata a todos en cierta medida el egoísmo típico de los niños pequeños. Debe de ser algo del instinto de supervivencia (porque todos sabemos que con el dulce uno puede sobrevivir 8 meses en mitad de la jungla).

Así que, con la mejor materia prima que podía encontrar, me planté en la cocina dispuesta a hacer esta crema gianduja a la que hacía tiempo había echado el ojo.
Desde aquí agradecer a Napoleón su total intransigencia y espíritu dictatorial para con los italianos porque gracias a ello, y a sus restricciones comerciales, los piamonteses hacia 1800 se inventaron esta delicia en la que el cacao y las avellanas (que son un porcentaje importante de la elaboración) se mezclan para darnos un placer inconmensurable al paladar. Desde aquella época se han introducido variantes y podemos encontrarla en el mercado en los botes de Nutella de Ferrero o en otro tipo de mejunjes menos saludables (porque tiene menos avellanas y más aceite de palma si cabe) como la Nocilla.

Mi elaboración es un popurrí propio de diferentes recetas (la mayoría de blogs italianos) con los que me he ido topando. No sé si será muy rigurosa o no pero aquí no duró ni medio asalto al ring. Desde entonces decidí que mejor usaría las avellanas para otros fines por el bien de nuestra ingesta calórica. Pero de vez en cuando todos nos merecemos un homenaje de este tipo, así que os dejo por aquí unas anotaciones y la receta.


Sobre las avellanas: como las que yo tenía estaban enteras y crudas tuve que realizar un proceso un poco largo y aburrido (que también sirve para otros frutos secos crudos). Llenamos una ensaladera grande con agua y bastantes hielos. Ponemos a hervir las avellanas sin cáscara en medio litro de agua con 3 cucharadas soperas de bicarbonato. Después de unos 4 ó 5 minutos máximo haciendo chupchup en el agua (que se ha vuelto marrón-negruzca y espumosa) las retiramos con una espumadera a la ensaladera. La piel se irá desprendiendo sola pero para acelerar el proceso, y que no se nos hidraten demasiado los frutos, frotadlas con las manos. Las sacamos y las ponemos en un trapo. Colocamos otro encima y las hacemos rodar para que se sequen. Encendemos el horno a 210º. Colocamos las avellanas en la bandeja y, dependiendo de lo tostadas que nos gusten y de nuestro horno, las dejamos 10 ó 15 minutos. Sacamos y dejamos enfriar.


Sobre el chocolate: yo usé una tableta Lindt de 85% caco (y no le puse de 99%, que es el que me gusta, porque al Notario le da un soponcio). Si usáis un chocolate con leche del de toda la vida entonces sustituid la media cucharada de leche desnatada por 2 cucharadas soperas de cacao desgrasado y omitid la cucharadita de agua.

Sobre el condumio en general: Si lo metemos a la nevera vamos a tener una preciosa piedra de chocolate y avellanas. Mejor dejarlo a temperatura ambiente en la alacena.


Para un tarro y un poco más.


200 g de avellanas tostadas
100 g de chocolate negro (yo usé Lindt 85%)
1 cucharada sopera de aceite de oliva suave
1 y 1/2 cucharada sopera de cacao puro desgrasado en polvo
1/2 cucharada sopera de leche desnatada en polvo
1 cucharada de café de agua
100 g de azúcar glas (yo no le puse porque soy una amargada)

Lo primero será derretir la tableta de chocolate, yo lo hice al baño María pero el microondas también es una opción interesante. Una vez tengamos las avellanas peladas, tostadas y frías las colocamos en un procesador de comida. Yo usé el triturador de la batidora y  aún siendo bastante potente (800W) hay que darle tiempos de descanso (que luego se sobrecalienta y se nos rompen los cacharros). Cuando empecemos a ver que las avellanas son trocitos echamos el aceite de oliva y seguimos triturando. Dependiendo de si nos gusta con más o menos tropezones haremos más corto o más largo este proceso. Añadimos todos los ingredientes al pseudopraliné de avellanas y seguimos batiendo hasta tener una pasta homogénea. Repito lo de darle tiempos de descanso a la batidora. Y poco más, cuando veamos que tenemos una crema chocolateada la vertemos en un tarro y con lo poco que nos sobre la untamos en pan y hacemos un test de prueba. Veréis que como decían en El juego de la Oca: "¡Prueba superada!". 

PD: esconded todas las cucharillas de postre de la casa o no durará ni medio día.



Panecillos de huevo y harina de maíz



No soy capaz de expresar la alegría que me da que empiece a hacer frío. Y digo "que empiece a hacer frío" porque cuando lo hace de verdad me convierto en un buzo con complejo de momia encebollada y ya no me quito las capas de rigor hasta que asoma el Lorenzo con euforia en primavera. Así soy yo: si hace calor, malo y, si hace frío, malo también. Pero puestos a elegir prefiero abrigarme, llenar la casa de alfombras (aunque me desquicien las pelusas) y encender el horno. 

Los que han decidido encender el horno son los tan brillantes seres de mantenimiento del centro de emprendedores en el que estoy haciendo el curso de Cisco. ¿Por qué no probar si funciona la calefacción poniéndola a tope un día de diario en el que la gente pasa cinco horas seguidas en el mismo aula? El que sea capaz de prestar atención a las explicaciones más de cinco minutos seguidos tiene toda mi admiración. Yo por el contrario tengo la sensación de ser uno de esos panes que introduzco en el horno sin ninguna compasión y con toda la alevosía del mundo. Así que lo que es pensar, poco. Más bien se trata de sobrevivir. Entonces a alguien se le ocurre abrir todas las ventanas y pasamos de un calor insoportable a un frío intenso que parece ser soy la única que percibe. Todos en manga corta y les falta un pai-pai. Conclusión: me estoy cogiendo un trancazo de muy señor mío. Menos mal que la campaña de la vacunación de la gripe ya está entre nosotros y este año que no tenía intención de vacunarme no me va a quedar más remedio. ¡Gracias, señores de la administración!

Total, en mi complejo de pan en el horno y, aunque me repita con panes, os traigo estos panecillos. A veces me pasa que cuando me quiero dar cuenta me quedan unos cuantos huevos en la nevera con fecha de defunción próxima. ¡Si es que no me dan los menús para tantos huevos! Que podía comprar medias docenas, pero salen bastante más caros y siempre reculo ante esa idea. Lo bueno es que siempre hay opciones para darles salida. Estos panecillos quedaron tan buenos que los he repetido más de un par de veces. Tienen una textura y una miga muy parecida a los panecillos de leche, pero más robusta y la harina de maíz les deja su sabor tan bueno y característico. Para desayunar o merendar, acompañados de chocolate, mermelada, aceite o tomate natural, (o solos) son un total acierto. 


Para 10 panecillos

370 g harina panadera
130 g harina blanca de maíz
5 g de levadura seca de panadero
200 ml de agua
3 huevos L
2 cucharadas de café de sal




Mezclamos los ingredientes  junto con los huevos ligeramente batidos. Amasamos unos 15 minutos y dejamos reposar la masa en bloque (en forma de bola) una hora aproximadamente (tapada con un paño húmedo en sitio sin corrientes de aire). Pasado el tiempo desgasificamos amasando un minuto. Cogemos porciones iguales de la masa y damos forma. Colocamos en la bandeja del horno con papel sulfurizado o harina en la base y dejamos leudar entre una hora y una hora y media, dependiendo del calor que haga, tapado con un paño húmedo en un sitio sin corrientes. Precalentamos el horno a 200º. Greñamos los panes. Horneamos entre 30 y 40 minutos, hasta que estén dorados. Sacamos, dejamos enfriar y ¡a comer!.

16 de octubre de 2015

Pan Candeal





Hoy es el Día Mundial del Pan y para mí eso significa que es el día de la alegría. Tengo que decir que me indigna un poco que se celebre hoy, 16 de octubre, tal acontecimiento. Y es que yo soy más de celebrar algo más típico, el día de San Honorato de Amiens, el patrón de los pasteleros y panaderos. 
Y diréis ¿pero qué más da? Pues no da igual por varias razones. La primera es que el pan no se hace solo ni crece en los árboles. Es un trabajo laborioso y que requiere de un saber hacer que es típico también, por ejemplo, de los marineros desempeñando su labor en el tan inestable mar.
Los griegos a este saber hacer que no es técnica (techné) y que viene determinado por la maña de las rutinas lo denominaron metis. La metis no se aprende ni se enseña, la metis se adquiere y es lo que diferencia a un buen artesano de otro. Y, sin duda, todo lo que tenga que ver con la cocina, si es de calidad, requiere a alguien que lo elabore y que posea esa metis. Por mucho que intenten vendernos hoy día que todo el mundo puede llegar a cualquier cosa con un desarrollo competencial apropiado (que por eso hay cursos de todo por todas partes) yo sigo pensando que eso no es cierto. Por ejemplo, una servidora en temas de moda: nula total. Por mucha formación que vaya a recibir al respecto. El hombre no es la medida de todas las cosas, todas las cosas se miden con el hombre y a veces son las cosas las que ganan (y si no que le pregunten a la plancha que me salió ardiendo mientras la estaba usando o al pan que desarrolla más gluten del esperado y sobrefermenta porque no lo supe ver en el momento).
Pero otras veces ese saber hacer nos sorprende arrojando unos resultados estupendos y comenzamos a saber controlar todas las variables (o casi todas) que nos permitirán llegar a una muy buena conclusión. Así que sí, soy más de reivindicar la labor de los artesanos que la artesanía en sí misma.
Bueno, eso y que el día del patrón de los panaderos y pasteleros es el 16 de mayo, o lo que es lo mismo: el día de mi cumpleaños. Creo que estaba predestinada a ser una defensora de primer orden del consumo de pan. 
Pese a que en España, por la mala publicidad y el tan manido "el pan engorda", somos de los países europeos que menos pan consumimos (unos 100g al día frente a los 200-250g recomendados por la OMS). Yo intento subir la media, para que no se diga, y cada día sumo mi miguita de pan a la estadística. 

Y con esto os traigo mi aportación al día mundial del pan: un pan Candeal. Creo que pocas cosas nos identifican más en España que esta hogaza. Es algo típico de todas partes. En todos los lugares pueden tener otros panes, más o menos tradicionales, pero lo que nunca va a faltar es un Candeal.
Es bastante más rápido de elaborar que cualquier pan francés y con una hidratación muy baja, entre un 50-55% respecto del total de harina, frente al 65% del pan francés.

En mi nueva posibilidad de acceso a un centro distribuidor gigantesto de alimentos y otras bondades dedicado a hostelería (Makro) tuve ocasión de descubrir que vendían sacos de cinco kilos de harina de Candeal. Alegría no, lo siguiente. Me hice con un saco y después haberlo elaborado en casa unas cuantas veces puedo afirmar que sí, que de todos los panes blancos es mi favorito con diferencia.



Para una hogaza

100 g pasta fermentada (se puede omitir y el resultado también es muy bueno)
150 g harina fuerza
350 g harina de Candeal
7g levadura seca de panadero
250 ml de agua
1 y 1/2 cucharada de postre de sal



Comenzamos mezclando todos los ingredientes. Este pan requiere de un primer amasado muy corto. Así que con unos 5-8 minutos será suficiente. Como tiene muy poca hidratación la masa será muy seca y parecerá imposible de mezclar, pero es posible. Dejamos entonces la masa reposar unos 10 minutos para que se relaje y ahora sí empieza el trabajo duro. Sacamos el rodillo y comenzamos a aplanar la masa. Una vez tengamos un rectángulo plano de más o menos un centímetro de grosor lo doblamos en tres como si fuera un sobre y, tras dejar reposar entre 3-5 minutos, volvemos a aplanar para volver a dar forma de sobre. Tendremos que repetir este proceso unas cinco veces con los breves reposos entre "sobre y sobre". Es una tarea un poco cansada pero al menos al ser una masa tan seca no mancha nada. 
Formamos entonces una bola y tratamos de sellar la masa aplanándola con el rodillo hasta que tenga la forma de hogaza típica del Candeal. Greñamos entonces el pan con cortes profundos y sus dibujos característicos. Cubrimos la hogaza con un paño húmedo y lo dejamos levar entre una hora y media y dos horas y media (depende del tiempo que tengamos). Cuanto más tiempo lo dejemos levando menos compacta quedará la miga y más sabor desarrollará el trigo.
Precalentamos el horno a 200º e introducimos la hogaza y cocemos unos 40 minutos. Al sacarlo golpear el culo del pan y si suena a hueco, está hecho. Dejamos enfriar y ¡a disfrutar!



Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...